Juan 17:23 y 1 Juan 4:10-12, 20-21 - La evidencia de que el Espíritu Santo mora en nosotros
¡Que Dios les bendiga, hermanos! En Juan 17:23, Jesús ora al Padre diciendo: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” El amor entre el Padre y el Hijo se extiende a sus discípulos por la morada del Hijo en ellos, por el Espíritu Santo. En la última meditación contestamos la pregunta: ¿Cómo recibimos al Espíritu Santo? Y hoy queremos preguntar: ¿Cómo damos evidencia de que el Espíritu Santo mora en nosotros? Y vamos a considerar la respuesta dada en 1 Juan 4:10-12, 20-21. 1 Juan 4:10 dice: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros.” Es decir, la morada del Espíritu Santo en nosotros no logramos nosotros. No está basada en nuestro poder, ni en nuestro gran amor por Dios, ni en ninguna obra ni actitud nuestra; la morada del Espíritu Santo en nosotros está firmemente establecida en lo que Dios logró por nosotros por la cruz de su Hijo. Así confirma el resto de 1 Juan 4:10: “Y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” Dios nos amó primero, y así lo manifestó: envió a su Hijo como el sacrificio suficiente para apaciguar su ira justa contra nosotros, la ira bajo la cual estábamos por nuestros pecados. En consideración de este amor, el apóstol Juan nos manda en el versículo 11: “Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.” Así se verá que hemos sido incorporados en este amor eterno entre el Padre y el Hijo, por nuestro amor los unos por los otros. Juan continúa en versículo 12: “Nadie ha visto jamás a Dios,” que implica algo que Juan no menciona directamente aquí, sino más adelante en versículo 20. Nadie ha visto jamás a Dios… pero, ¿a quiénes hemos visto? ¡A nuestros hermanos por fe en el Señor Jesucristo, salvos por la misma gracia que nosotros! Dicen versículos 20 y 21: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.” Así demostramos la evidencia de que el Espíritu mora en nosotros, y de que hemos sido incorporados al amor eterno e inmensurable entre el Padre y el Hijo, por el amor activo, manifestado hoy mismo a nuestros hermanos en Cristo.