Juan 17:23 y Romanos 5:6-8 - El amor de Dios en nuestra redención
¡Que Dios les bendiga, hermanos! Estamos en Juan 17:23 en que Jesús ora y le dice al Padre: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” El tema central del versículo – la relación de amor entre el Padre y el Hijo – está extendido a los discípulos presentes y futuros del Señor Jesucristo. Jesús refiere a la extensión de este amor en Juan 17:23 por las frases: “Yo en ellos” y luego en referencia al Padre: “Los has amado a ellos.” El apóstol Pablo señala este amor incomparable en Romanos 5:6-8. Empieza por anunciar: “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.”
Debemos pausar aquí y considerar lo que significa ser impío. Refiere a uno que vive sin reconocimiento de Dios, sin agradecimiento ni interés en él. Es una clase de rebelión que se pone en evidencia por no prestar ninguna atención al que más merece nuestra atención, se pone en evidencia por no temer al Dios a quien más debe temer. Es una falta de reverencia, una negación de la gloria por cerrar los ojos y actuar como si no existiera. Cristo, a su tiempo murió por los impíos, por gente que en ese tiempo no tenía ningún interés en su muerte, gente que no demostraba ningún deseo de cambiar. Y según Romanos 5:6, en ese estado éramos todos nosotros.
Pero el apóstol Pablo continúa en Romanos 5:7 por describir el amor que motivó al Señor Jesucristo: “Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.” Vamos a considerar este versículo primero por algo común y corriente. Si usted trabaja en una ciudad enorme y en su trabajo tiene un espacio reservado para estacionar su carro, un espacio con su nombre en un parqueadero grande y lleno de carros, ¿daría su espacio reservado a otra persona? ¿Daría su espacio a otra persona para que usted continuara a buscar otro, perdiendo los próximos 15 o 20 minutos, o más, para encontrarlo, manejando por una fila de carros y luego otra, por fin para estacionar su carro muy lejos de su lugar de trabajo, para caminar ahora una larga distancia para llegar a su trabajo, aun pagando una cuota alta para ese otro espacio, porque voluntariamente permitió a otro chofer que tomara su lugar reservado? ¿Sufriría esta inconveniencia por otro chofer? Según la actitud de muchos choferes en esta ciudad, diría que no, jamás, casi nadie daría el lugar reservado suyo de estacionamiento a otro chofer, especialmente bajo estas condiciones.
Pues, ¿cambiaría su actitud si el otro chofer era un hombre justo, alguien que seguía las reglas del tránsito al pie de la letra? En realidad, diríamos que no; no cambiaríamos de mente; no le daríamos nuestro espacio reservado a otro por ser este otro un chofer justo. ¿Pero qué tal si el otro chofer era bueno, un chofer muy cortés? Ahora, talvez uno u otro se atrevería a regalar su espacio reservado a otro chofer muy simpático y amigable, especialmente si era conocido, pero ¿para un desconocido muy simpático? No, no; casi todos, si no cada uno, diríamos que no; no vamos a perder nuestro derecho a un lugar de estacionamiento para otro chofer. Y creo que el apóstol Pablo estaría completamente de acuerdo con esta observación; nadie daría voluntariamente su lugar.
Ahora, ¿daría su espacio reservado a un chofer malvado? ¿A alguien que le cortó el camino a usted en la carretera? ¿Daría su lugar de estacionamiento reservado a alguien que le pitó fuerte y largo por no manejar tan rápido como él quería, y luego le hizo a usted un gesto grosero? ¿Le daría a esa persona su lugar de estacionamiento reservado? ¡Claro que no! No lo merece. Él tendría que aprender a respetar a los otros choferes primero, tendría que educarse en la cortesía en el tránsito primero, mucho antes de aún considerar si le daría su espacio reservado.
Ahora, vamos a ajustar nuestro ejemplo un poco más para ponerlo en los términos de Pablo en Romanos 5:7. ¿Moriría usted por el otro chofer? Si el otro chofer es justo o bueno, ¿daría su vida por él? ¡Claro que no! Si apenas lo vemos digno para darle nuestro espacio reservado de estacionamiento, ¿cómo moriríamos por él? No; nunca. ¿Y daría su vida por el chofer malvado? ¡Jamás! ¡Mucho menos daríamos nuestra vida para alguien tan descortés, tan malvado, tan, tan impío como él! Ahora, Pablo revela una verdad impresionante en Romanos 5:8: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores” – siendo nosotros como ese chofer descortés, impío y malvado, bajo toda la carga de nuestra maldad y pecado – “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Dio su vida para que nosotros, pecadores, impíos y malvados, fuéramos perdonados, justificados, adoptados en su familia, hechos participantes del amor divino y eterno entre él y el Padre. Esta clase de amor motiva al Señor Jesucristo a orar en las horas antes de ser crucificado, por sus discípulos que lo iban a abandonar en unas horas, y por nosotros, futuros pecadores: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”. La gloria sea a nuestro Señor Jesucristo por redimirnos por amor para participar en el amor eterno con su Padre.
Debemos pausar aquí y considerar lo que significa ser impío. Refiere a uno que vive sin reconocimiento de Dios, sin agradecimiento ni interés en él. Es una clase de rebelión que se pone en evidencia por no prestar ninguna atención al que más merece nuestra atención, se pone en evidencia por no temer al Dios a quien más debe temer. Es una falta de reverencia, una negación de la gloria por cerrar los ojos y actuar como si no existiera. Cristo, a su tiempo murió por los impíos, por gente que en ese tiempo no tenía ningún interés en su muerte, gente que no demostraba ningún deseo de cambiar. Y según Romanos 5:6, en ese estado éramos todos nosotros.
Pero el apóstol Pablo continúa en Romanos 5:7 por describir el amor que motivó al Señor Jesucristo: “Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.” Vamos a considerar este versículo primero por algo común y corriente. Si usted trabaja en una ciudad enorme y en su trabajo tiene un espacio reservado para estacionar su carro, un espacio con su nombre en un parqueadero grande y lleno de carros, ¿daría su espacio reservado a otra persona? ¿Daría su espacio a otra persona para que usted continuara a buscar otro, perdiendo los próximos 15 o 20 minutos, o más, para encontrarlo, manejando por una fila de carros y luego otra, por fin para estacionar su carro muy lejos de su lugar de trabajo, para caminar ahora una larga distancia para llegar a su trabajo, aun pagando una cuota alta para ese otro espacio, porque voluntariamente permitió a otro chofer que tomara su lugar reservado? ¿Sufriría esta inconveniencia por otro chofer? Según la actitud de muchos choferes en esta ciudad, diría que no, jamás, casi nadie daría el lugar reservado suyo de estacionamiento a otro chofer, especialmente bajo estas condiciones.
Pues, ¿cambiaría su actitud si el otro chofer era un hombre justo, alguien que seguía las reglas del tránsito al pie de la letra? En realidad, diríamos que no; no cambiaríamos de mente; no le daríamos nuestro espacio reservado a otro por ser este otro un chofer justo. ¿Pero qué tal si el otro chofer era bueno, un chofer muy cortés? Ahora, talvez uno u otro se atrevería a regalar su espacio reservado a otro chofer muy simpático y amigable, especialmente si era conocido, pero ¿para un desconocido muy simpático? No, no; casi todos, si no cada uno, diríamos que no; no vamos a perder nuestro derecho a un lugar de estacionamiento para otro chofer. Y creo que el apóstol Pablo estaría completamente de acuerdo con esta observación; nadie daría voluntariamente su lugar.
Ahora, ¿daría su espacio reservado a un chofer malvado? ¿A alguien que le cortó el camino a usted en la carretera? ¿Daría su lugar de estacionamiento reservado a alguien que le pitó fuerte y largo por no manejar tan rápido como él quería, y luego le hizo a usted un gesto grosero? ¿Le daría a esa persona su lugar de estacionamiento reservado? ¡Claro que no! No lo merece. Él tendría que aprender a respetar a los otros choferes primero, tendría que educarse en la cortesía en el tránsito primero, mucho antes de aún considerar si le daría su espacio reservado.
Ahora, vamos a ajustar nuestro ejemplo un poco más para ponerlo en los términos de Pablo en Romanos 5:7. ¿Moriría usted por el otro chofer? Si el otro chofer es justo o bueno, ¿daría su vida por él? ¡Claro que no! Si apenas lo vemos digno para darle nuestro espacio reservado de estacionamiento, ¿cómo moriríamos por él? No; nunca. ¿Y daría su vida por el chofer malvado? ¡Jamás! ¡Mucho menos daríamos nuestra vida para alguien tan descortés, tan malvado, tan, tan impío como él! Ahora, Pablo revela una verdad impresionante en Romanos 5:8: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores” – siendo nosotros como ese chofer descortés, impío y malvado, bajo toda la carga de nuestra maldad y pecado – “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Dio su vida para que nosotros, pecadores, impíos y malvados, fuéramos perdonados, justificados, adoptados en su familia, hechos participantes del amor divino y eterno entre él y el Padre. Esta clase de amor motiva al Señor Jesucristo a orar en las horas antes de ser crucificado, por sus discípulos que lo iban a abandonar en unas horas, y por nosotros, futuros pecadores: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”. La gloria sea a nuestro Señor Jesucristo por redimirnos por amor para participar en el amor eterno con su Padre.